domingo, 26 de diciembre de 2010

Tremenda Navidad 2

Avenida Donostiarra, Madrid. Sábado 25 de diciembre.


La foto, una vez más, es lamentable; de hecho, había pensado enviársela a Iker Jiménez para que le saque punta.

Pero al menos deja patente que la algarabía lumínica también es fundamental en este balcón-museo de la Navidad, que está en uno de los mega bloques del principio del barrio de la Concepción -donde todas las calles tienen nombre de Virgen- al lado del puente del Calero, sobre la M-30.

Me pregunto dónde guardará este hombre todas esas cosas luego.

Estará deseando que llegue cada año la Navidad... o amortizará parte del material en Semana Santa... o el día de Eurovisión... o cuando gana España... o Alonso.

A JULIA


Todas esas viviendas son iguales por dentro y por fuera. Aunque cada vecino ha tuneado su pieza de puzle a su libre albedrío y las terrazas son todas distintas. Hay miles de casas. Son como nichos.

Salen, por ejemplo, en Qué he hecho yo para merecer esto, de Almodóvar. Pero entonces no estaban junto a ellas ni la Mezquita, ni el Tanatorio, ni el edificio azul, ni el nuevo mercado de Ventas...

A una de esas casas estuve yendo yo durante cerca de diez meses dos días a la semana como parte de los trece meses de Cruz Roja que me tocaron en gracia.

Iba a hacer compañía a Julia. Julia Artázcoz Azpíroz.

Tenía 84 años. Era de Pamplona, antifranquista, atea, muy navarra y muy española. Sí, es posible.

Vivió cerca de tres décadas en Venezuela y su marido le había pegado unas palizas que la marcaron de por vida. Literalmente.

Viví los últimos diez meses de su intensa vida y las últimas semanas iba a verla aunque no me correspondiera hacerlo. Fui el primero en saber que tenía un cáncer irreversible.

En el infierno seguro que es imposible encontrarla y en el cielo no creía. Pero, allá donde esté, seguro que le está sacando los cuartos a alquien jugando a la brisca, como hacía conmigo.

Un beso muy grande, Julia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario