martes, 13 de agosto de 2013

La playa

 

La playa es un lugar en el que salen a flote los instintos más básicos, pues en la playa cada cual se expande a su manera. Si quieres conocer bien a alguien, lo mejor es soltarle en la playa. A ver qué hace.

Partamos de la idea de que tomar el sol durante horas, alternándolo con baños esporádicos sin mojarse el pelo y untamientos corporales de crema y arena, satisface a millones de mujeres y a varios hombres, pero es lo más aburrido que hay. Si el acompañante al que sueltas en la playa es de estos, es un coñazo.

Por eso se idearon las actividades playeras, que en su mayoría únicamente se dan en las playas. Como hacer castillos de arena, enterrar a tu prima, coger conchas, desenterrar a tu prima o atrapar medusas con un cazamariposas. Al fin y al cabo, es aprovechar los recursos de la playa. En otro sitio no se podría.

Sin embargo, hay otras actividades que sólo se realizan en la playa porque sí. Podrían hacerse en otro sitio, pero no se hacen. Por ejemplo, caminar deprisa moviendo los brazos como si se llevaran maracas, buscar tesoros con ayuda de un detector de metales o quitarse compulsivamente los pelos con unas pinzas.

Aunque el ejemplo más claro de actividad playera que podría hacerse en otro sitio y no se hace es jugar a las palas. Jamás se ha visto a nadie jugando a las palas fuera de una playa. No se puede. Es posible que incluso en algunas comunidades autónomas esté prohibido.


A la playa se puede ir solo, en pareja, con el perro, en grupo, y de ahí en adelante hasta alcanzar el centenar de visitantes en el caso de las familias gitanas.

Las familias numerosas playeras destacan porque ocupan mucho espacio. No visitan la playa; la toman. Llegan a las ocho de la mañana, acampan y se marchan quince horas después. "Beberse las coca-colas, que así hay menos que cargar" puede ser una buena frase para poner fin a una jornada playera para éstos.

El kit playero básico de una de estas familias incluye una jaima, sillas, hamacas, mesas, esterillas, neveras, barbacoa, camping gas, una olla, cubertería y vasos, una guitarra, dos iPad y un equipo musical atronador con grandes éxitos de gasolinera.

De cualquier cosa que hacen éstos se entera toda la playa. Por eso, aunque no quepa una sombrilla más, estos asentamientos suelen tener una zona de seguridad en torno a ellos donde nadie osa ponerse más de cinco minutos.

Pero el playismo familiar extremo tiene su máximo exponente en los que se llevan la tele a la playa, lo que implica incluir como accesorio el generador del puesto ambulante del primo Paco, que se oye en un área de seis kilómetros.

Ante éstos, quedan en anécdota los que vuelan cometas, los que juegan con la arena, los que no hacen nada, el socorrista aburrido de la silla, el mirón de tetas de refilón, que nunca mira directamente pero las tiene todas controladas; o las parejas que se van a alta mar a frotarse y a la vuelta él tarda un poco más en salir del agua que ella.



Bien distintos a la playa son los parques acuáticos, porque en ellos, como se paga, está uno obligado a hacer cosas para amortizar al máximo el desembolso, aun a riesgo de insolación y/o neumonía.

En algunos de estos parques acuáticos hay una piscina de olas con su playa de cemento, aunque las olas no vienen, van en todas direcciones.

Cuando la enchufan durante diez minutos cada dos horas, se llena aquello de cabezas que gritan desbocadas, y parece eso Titanic.

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